El tiempo vuela y ya llevo más de un año
en esta gran ciudad plagada de contrastes. El tiempo pasa y empiezas a tomar
consciencia de la misma, de las diferencias de lo bueno y lo malo. Dejando ya atrás
el embelesamiento del turista empiezas a entrever los rasgos que se esconden detrás
de la máscara pública. Para encontrar de nuevo grandes contrastes, cosas que me
fascinan y cosas que realmente detesto.
Por un lado en oferta cultural las
opciones son realmente abundantes, llegando incluso a veces a ser un poco
estresante simplemente estar al día de lo que sucede alrededor. Por ejemplo en
los últimos meses no me ha resultado nada difícil salir todos los fines de
semana a ver alguna exposición, evento o museo. Siempre hay algo que ver o
hacer. Y la gran mayoría gratis o bastante accesible. Obras de teatro,
musicales o conciertos pueblan las calles de Londres, con opciones para todos
los bolsillos. En resumen si quieres ver arte, participar en talleres o asistir
al teatro siempre podrás encontrar una opción que se ajuste a ti.
Pero en la otra cara de la moneda no nada
agradable. En una ciudad donde se apiñan más de ocho millones seiscientas mil
personas también da pie a lo peor. El absurdo de los alquileres en la ciudad,
los contratos y condiciones de trabajo precarios, la brutal competencia por los
trabajos “normales” y sobre todo las diferencias de estratos sociales conviviendo
juntas.
Hasta ahora no había sentido tan fuertemente la lucha
de clases al más puro estilo marxista. Todos sabemos que siempre habido ricos y
pobres, burgueses y proletarios, patrones y asalariados. Es algo intrínseco al
modelo social en que vivimos y aunque somos conscientes de ello, reconozco que
hasta moverme a Londres no tuve realmente consciencia de la brutal diferencia
existente. Aquí he conocido gente que trabaja 60 horas semanales para poder
pagar el alquiler e intentar ahorrar algo para sus sueños. Mientras que otros se
aburren en su trabajo y sale a dar paseos por Oxford Circus para matar la
mañana mientras cobra una pasta. Gente que ve su vida limitada por tener un
sueldo de público de “mierda” con el que aduras penas llega a las veinticinco
mil libras anuales, cuando en una empresa privada normalmente podría rondar las
treinta o cuarenta mil libras. Mientras que un servidor a duras penas llega a
las doce mil anules.
Y es que Londres no es caro, aunque todos nos empeñamos en
decirlo y quejarnos de los precios. La verdad es que Londres no es para
nosotros, no es para el proletario con sueldo precario. Nos empeñamos en seguir
aquí por la oferta cultural, el magnetismo de la gran urbe y el “sueño” de algo
mejor. Pero seamos realistas, cambiar de estrato social en nuestro sistema es
muy muy complicado. Incluso saliendo de la precariedad y pasando a una “clase
media” seguirás simplemente sobreviviendo en una ciudad diseñada y centrada
para otro escalón social diferente al tuyo. Donde para ellos pagar tres libras
por un café o ciento sesenta por una entrada no representa nada. Pero para
nosotros supone media hora de trabajo o prácticamente una semana. Hace poco, algunos
de mis compañeros recibieron una propina todos ellos por parte de un cliente que
asistía a evento en el que ellos trabajaban. Lo ironico fue que esta era mayor que lo que cobraron
por trabajar allí. Y creo que esto deja claro que lo que es una propina para
unos es un sueldo para otros.
Cada vez tengo más y más claro que
Londres no es una ciudad para vivir. Es un buen sitio para pasar una temporada,
disfrutar de toda su oferta y sobrevivir como puedas. Pero si esperas tener una
calidad de vida “normal”, nada exagerado, este no es tu lugar. Y si pretendes
perseguir esa quimera de éxito social inculcado por el sistema, al que
supuestamente cualquiera con esfuerzo y perseverancia puede conseguir, espero
que realmente tengas fuerza, perseverancia y realmente seas de los mejores.
Pues compitiendo con más de ocho millones de personas no hay lugar para gente “normal”.
Y nunca te presentaras a una oferta de lo que sea sin otras cien personas
dispuestas a trabajar más horas por menos dinero que tu. Y como dijo mi encantador
manager general en su reunión de presentación hace unos meses:
“Nadie te puso una pistola para que firmaras
el contrato. Si no os gusta ya saben dónde está la puerta. Es más, si yo fuera
vosotros no trabajaría para mi”