lunes, 28 de mayo de 2012

De Café y Tinta


Ella leía apoyada sobre la pared. Sus piernas cruzadas sobre la escalera sostenían el pesado libro en el cual se evada en su descanso. Esos pocos minutos eran su huida de las carreras y el esfuerzo que suponía la cafetería a sus espaldas. Llevaba ya todo el día entre café y café, entre parejas y grupos, entre conversaciones, discusiones y risas. Envuelta en ese murmullo que voces que acaban convirtiéndose en un suave ronroneo que la abrazan como una nana. Una mano rozo su rodilla tímidamente sacándola de su particular mundo. Elevo la vista y vio a uno de sus clientes habituales. El cual le sonrió al cruzarse sus miradas y se perdió en el interior de la cafetería. Le dedico un leve pensamiento a este extraño que siempre iba y venía solo, sintiendo algo de pena por él. Pero aspiro profundamente y volvió su mirada a las fieles letras de su mundo particular. Era su momento de descanso, de evasión, nada en el mundo se lo podría quitar.

La pareja serpenteo entre las mesas hasta localizar un sitio libre, su sitio. El llego primero y se sentó a esperar que ella llegara. Ella al llegar antes de sentarse se acaricio el suéter lentamente, mientras se sentaba con el cuidado de una madre. Aunque sus formas aun no la delataban como tal, sus gestos ya eran evidentes. El sonrió y la cogió de la mano. Ambos empezaron a conversar y sus voces se unieron al ronroneo del ambiente. Mientras paso junto a ellos una camarera volvía a su trabajo llevando un pesado libro bajo el brazo.   

Vestía un suéter rosa, más que un suéter era una especie de rebeca de lana. La acompañaba con una camisa de botones marrón claro. Como siempre suele llevar, todos los botones cerrados hasta el cuello y el pelo recogido en un elegante moño. Dándole un aire clásico, como sacada de las antiguas películas en blanco y negro. Comía tranquilamente con dos amigos. Uno de ellos bastante más modernillo, con una camiseta alternativa y  lleno de tatuajes. El otro por su lado llevaba unas grandes gafas de pasta, una camisa de botones y vestía colores pastel. Sin duda era un grupo curioso y muy étnico, pues los rasgos orientales de ella contrastaban con los nórdicos del modernillo y los mediterráneos de gafa pasta. Era un día cualquiera, como cualquier otro pero por casualidad se habían cruzado todos ellos y habían decidido ponerse al día con una agradable conversación alrededor de una comida. Las miradas de ellos saltaban de uno a otro mientras resolvían el mundo y buscaban soluciones a sus vidas. Mientras se contaban sus victorias y fracasos. Mientras esperaban el postre ella jugueteaba con sus cuatro finos, colocados alternativamente entre sus dedos, dándole una sensación de simetría a sus finas manos. El modernillo se aparto un poco del pasillo para dejar pasar a una pareja de desigual tamaño. Cuando el camarero termino de entregarle sus tartas de chocolate retomaron la conversación en el mismo punto donde la habían dejado. 

El camarero se acicalo su barba mientras se dirigía a la barra con la comanda de la mesa de la esquina donde una joven pareja se conversa. El debe ser deportista por su ancha espalda y sus recios brazos, mientras que ella es mucho mas menuda pero con una preciosa cara llena de expresividad. Asiente y sonríe mientras escucha a su compañero. Su contestación no se hace esperar, haciéndola con una gran sonrisa y gesticulando decididamente sus manos. De fondo su conversación es acompañada por los coros de Armstrong y su inconfundible voz. De vez en cuando las manos de ella dejan escapar ciertos indicios de nerviosismo jugando con la servilleta, pero los oculta suavemente apoyando su cabeza sobre ellas. En cambio el se ve tranquilo, con gestos calmados, lentos y precisos. La propia conversación es un contrate entre ellos, la tranquilidad de el contra la expresividad de ella. Aunque la mira de el esta oculta se puede intuyen fijos sobre ella, seguros. Mientras que los grandes ojos de ella lo miran atentamente pero de vez en cuando se fugan hacia el techo, hacia sus manos o hacia otros clientes, incluso aquel que la observa de reojo desde la esquina. 


El observaba la vida a su alrededor e intentaba capturarla con su tinta. Escribía líneas y líneas de esa vida que se le escapaba entre los dedos como arena de playa. Intentando agarrarla, sentirla, recuperarla aunque solo fuera con sus palabras, sus recuerdos. Sentía que al menos vivía la vida a través de la de los otros. Allí sentado en su mesa solamente acompañado por su moleskine luchaba por sentirse vivo.  Aunque solo fuera a través de sus palabras. Observaba y escribía, soñaba. 


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