Sin ninguna duda uno
de mis fotógrafos favoritos siempre ha sido Henri Cartier Bresson.
Este fotógrafo francés fue miembro fundador de la prestigiosa agencia Magnum durante mucho años y acuño el
termino el Momento
Decisivo, gracias al libro que publico en 1952.
Este Momento Decisivo cual
hace referencia a que todo tiene un momento justo en el cual al congelarse
fotográficamente da la mejor imagen posible. Para Cartier Bresson la función
del fotógrafo es saber buscar y congelar ese momento con su cámara. Para esto
no necesita grandes complejidades técnicas, grandes maquinas con miles de
objetivos o los mejores complementos fotográficos como filtros, lentes o
flases. Simplemente tener ojo y estar atento a ese momento.
Su figura está
asociada sin duda a la camara Leika
M3, una de sus primeras caramas y con la que realizo gran parte de su obra.
Una cámara muy acorde con su filosofía de la simplicidad. Equipada con un
simple objetivo fijo de 50mm, tomaba todas sus fotos las cuales mandaba
relevaba sin ningún retoque de formato o trabajo fotográfico. Pues era defensor
de que todo el trabajo del fotógrafo se hacía con la cámara en mano y no en el
cuarto oscuro. Su idea de rechazar el efectismo o los trucos técnicos han
influencia a muchos artistas posteriores e incluso se ha expandido a otros
medios, veo un ejemplo de esto en el manifiesto del cine Dogma 95.
Pero pasan los años y
la era digital entra con fuerza. Todo ha pasado a convertirse en técnicas de postproducción.
Ahora ya disponemos de grandes avances con los que podemos modificar, cambiar,
mejorar o empeorar cualquier fotografía. Ya podemos reconstruir, reinventar,
recrear y modificar sin límite cualquier fotografía. El único límite ya es
nuestra propia imaginación. ¿Pero sigue siendo fotografía o ya es algo
diferente? ¿No mejor o peor simplemente diferente? Realmente me habría gustado
llegar a conocer la idea de Cartier Bresson de los tiempos actuales. Seguro que
habría sido interesante.
Esta es una de las últimas
entrevistas que concedió antes de su muerte en 2004:
Realizada por: Pierre
Assouline, en París, para La Nación.
Traducción: de Zoraida J. Valcárcel.
Publicada en el suplemento Cultura del
diario La Nación, el domingo 9 de agosto de 1998.
Para muchos, es el fotógrafo más
importante de este siglo, el hombre que enseñó a sus contemporáneos a mirar a
través de una cámara. El 22 de agosto de este mes: cumple 90 años.
En uno de los escasos reportajes que
concedió, habló de los autores que ama, de la televisión que detesta, y de
algunos de los artistas que más contaron en su vida, así como de su experiencia
en el cine bajo las órdenes del gran Jean Renoir. Desde hace mucho,
Cartier-Bresson prefiere no referirse a la fotografía, porque la considera una
etapa superada de su vida: en cambio, le encante reflexionar sobre el dibujo,
una actividad que aún practica y que fue la base de su obra admirable.
Este caballero de pañuelo a lo pirata no
es agresivo; es un hombre indignado. A los 90 años, todavía se mantiene en
permanente rebeldía porque nunca faltan motivos para indignarse. Con su
discreción habitual, más que señales de su paso por la tierra, prefiere dejar
huellas. No le hablen de su obra. Quiere ser artesano más que artista. Fanático
por el dibujo desde siempre, dibujante compulsivo desde hace veinte años, sigue
sacando fotos en su mente. Esto nos dice que Henri Cartier-Bresson –de él se
trata– es, ante todo, un poeta.
El nuestro ha sido el siglo de la
imagen. En sus postrimerías, ella pierde su alma al amenazarnos con hacerse
virtual. Eso sería un horror incalificable, cuyas consecuencias aún no podemos
medir.
Cartier-Bresson siempre será un
compositor admirable. Sonidos, signos, palabras... ¿qué importa el medio? En
él, todo es pura búsqueda del equilibrio y la armonía. Rechaza cifras y fechas
para deleitarse mejor con la sección áurea. El resto –técnica, luz,
preparación– es mera literatura para aficionados a la fotografía.
Nada hay menos premeditado que el
encuentro entre una sensibilidad y un instante fugaz. No cree en la sociedad
sino en el hombre. No hay lección más hermosa para los tiempos que corren. Si
su obra ha servido para eso, Cartier-Bresson no habrá vivido en vano.
-¿Sigue siendo un libertario?
Sí, desde siempre. Desde el primer
momento, muy temprano por cierto, en que descubrí la existencia de otros mundos
aparte de las civilizaciones judeocristiana y musulmana. El anarquismo es, ante
todo, una ética y, como tal, se ha mantenido intacto. El mundo ha cambiado, no
es así el concepto libertario, el desafío frente a todos los poderes. Gracias a
eso, he logrado zafarme del falso problema de la celebridad. Ser un fotógrafo
conocido es una forma de poder y yo no la deseo.
-Su negativa a dejarse fotografiar,
¿debe entenderse en este sentido?
Sin duda. Hay que pasar inadvertido y
protegerse a toda costa. El hecho de ser observado modifica el modo de mirar a
los otros.
-Por cierto que jamás se lo ve por
televisión.
¿A mí? ¿Y para qué? No soy actor.
-¿Le interesa lo que se televisa?
¿Ese tropel ininterrumpido de imágenes?
Ni siquiera son imágenes porque eso no es visual. No es nada. Hombres como
Julien Gracq, Samuel Beckett o Louis René des Forets no van a la televisión. Son mis escritores preferidos, entre los
contemporáneos.
Siendo este uno de mis fotógrafos favoritos es curioso que por otro lado me haga convertido de un gran fan de las fotos en Instagram. ¿Cómo puede ser esto? Pues por la siguiente explicación:
Una de las ventajas
que defendía Cartier Bresson sobre las Leikas es que son pequeñas y muy
trasportables. Lo cual era cómodo para poder capturar ese momento deberías tenerla
encima todo el día. El tiempo pasa y ya hoy en día todo el menudo tiene una cámara
encima todo el día, con la invasión de los smartphone ya todo el mundo es fotógrafo.
Ya siempre tienes la cámara encima para buscar ese Momento Decisivo. Son cámaras
muy limitadas pero con capacidad más que de sobra para poder congelar grandes
fotos. Además la llegada de programas como el Instagram hace que cualquier foto
con un simple filtro automático cobre un matiz especial, dándole una
personalidad propia. Pero la limitación de propio teléfono y los limitados
filtros accesibles por igual a todos, ha ocasionado algo curioso. La diferencia
ahora entre las buenas o las malas fotos en el Instagram se reduce a la
capacidad el fotógrafo de captar ese Momento Decisivo. De jugar con el encuadre,
ya sé que algo se puede retocar, pero es casi el mismo que se toma. Y el uso
del los filtros simplemente imprime algo mas, muy a gusto del estilo de cada
uno. Quizás me equivoco pero para mí en toda esta vorágine de la fotografía digital,
de los miles de formatos, archivos, filtros, efectos ha surgido algo con un
remanente muy clásico. Y por mi parte llevo siempre ahora en el bolsillo una
camarita con la que de vez en cuando sacar algunas fotos, algo que lamentablemente
había dejado de hacer durante muchos años.
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